El silencio
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Amo escuchar el silencio, porque él, solo él, me permite percibir la belleza de los sonidos que elijo como los más queridos.
Pienso que el silencio no es un vacío cualquiera, sino el pilar que sustenta los «ruidos» esenciales para la vida.
¿Cómo percibir con claridad el timbre de la voz de aquellos que amamos, o la delicadeza del balbuceo de un niño que aprende a hablar, si no hay silencio?
¿Cómo admirar la belleza de los sonidos armoniosos de una orquesta con un teléfono sonando?
¿Cómo deleitarse con el sonido de las ondas rompiéndose en la arena de una playa con las bocinas del claxon sonando?
¡Hay tanta belleza en el canto de un pájaro, en los latidos de un corazón, en el viento, en la lluvia, o en una declaración de amor!
Entonces, el silencio es para el alma, así como el agua pura es para el cuerpo.
En el sentido espiritual, el silencio también es oro. Solo en el silencio externo e interno logramos escuchar la voz de Dios.
Es más, cuando silenciamos nuestras opiniones y creencias, escuchamos con claridad la voz del Altísimo.
Ella es, al mismo tiempo, fuerte y ligera. Llena de autoridad, pero dulce.
Sutil y discreta, sin embargo, capaz de llenar plenamente todo el universo. Ella es, indudablemente, la más linda e intensa voz que yo haya escuchado.
Ella resuena en los momentos difíciles, pero también en los más triviales y comunes. Hace que nuestra mente se sumerja en la más profunda certeza de fe y también en la más rápida percepción sobre nosotros mismos, y eso en cuestión de segundos. ¡Me encanta!
Pero basta de hablar…
Y ahí desde el otro lado, ¿Qué sonidos llenan tu alma de alegría?
Por Núbia Siqueira
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