El sacrificio que trae paz
En la época de Moisés, cualquier persona que cometiera un pecado debía sacrificar un animal sin defecto para que fuera perdonada. Ella tenía que poner la mano sobre el cordero, mirarlo a sus ojos y atestiguar aquella vida siendo perdida a causa de su robo, de su adulterio y de sus errores.
Una vez muerto, el animal era colocado al fuego. Las brasas eran, entonces, llevadas al Altar del incienso. Si aquella persona de verdad había sido sincera, el humo subía directo hacia Dios. Dios, entonces, aprobaba el sacrificio y el pecado era perdonado. No obstante, si el arrepentimiento no era de verdad, el humo se esparcía y Dios no aceptaba aquel sacrificio.
Aquel mismo animal sacrificado en el pasado tipifica al Señor Jesús, el Cordero entregado por Dios para quitar el pecado del mundo. La Biblia dice en Mateo 5:23-24 que Jesús dijo:
«Por tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar, y ve, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda».
Eso significa que es necesario estar con el corazón limpio para que Dios apruebe la ofrenda del pecador, su sacrificio. El Altar santifica la ofrenda de aquel que de hecho se arrepintió, pero si la ofrenda está cargada de malos sentimientos, como el rencor, por ejemplo, no es aceptada por Dios.
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