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Todo el mundo quiere un Dios a su manera


Las personas tienden a creer en Dios conforme imaginan que es. La Biblia dice que Dios nos creó a «Su imagen y semejanza», pero la mayoría de las personas invierten esa realidad y crean un Dios a la imagen y semejanza de ellas. Para no cambiar necesitan un Dios que apruebe todo lo que ellas hacen. Ahí nacen religiones y frases como «todos los caminos llevan a Dios», «lo que importa es que crees en Dios» y «todos son el mismo Dios», por ejemplo. Solo que, cuando ponemos atención a la Palabra de Dios, entendemos que no es creyendo en Dios a nuestra manera que Él nos va a salvar. Jesús, al debatir con religiosos, dijo: «Estáis equivocados por no comprender las Escrituras ni el poder de Dios.» (Mateo 22:29), esto significa que las personas se equivocan en sus creencias, actitudes y en sus pensamientos sobre Dios porque no conocen las Escrituras. ¿Y qué son las Escrituras? Son las Palabras de Dios registradas para que podamos entender Sus pensamientos y cuáles son las reglas para todo en la vida, incluso después de la muerte. Es decir, la Palabra nos presenta a Dios como Él es y como Él quiere ser seguido y como desea que creamos en Él, para que no sea a nuestra manera. Por ejemplo, una persona que quiera inmigrar a otro país, necesita conocer las reglas locales y el que las determina no es el inmigrante, sino el país que lo va a recibir. Si él quiere obtener el permiso, debe cumplir con los requisitos de esa nación, de lo contrario le van a cerrar la carpeta con los documentos, devolviéndosela por la ventanilla del mostrador y dirán: «siguiente». Entonces, ¿por qué tendría que ser diferente en el cielo? ¿Dios dejaría que las personas entren en el Cielo a su manera? Claro que no, entonces no te engañes. Tú que te apoyas en tus obras, en tu denominación, en tu manera de pensar, en tus opiniones sobre Dios, pensando que Él es una réplica tuya, ¡despierta! Si no crees en Dios conforme a lo que dicen las Escrituras, te vas a equivocar, tropezarás y no vas a llegar a donde quieres. Renuncia a tu voluntad y a tu ciudadanía en este mundo para abrazar la ciudadanía del Reino de los Cielos. Tú eres el que decide, pero las Escrituras son las que determinarán a dónde irás a la hora de la muerte.

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