¿Te consideras incapaz de enfrentar tus problemas y te castigas?
Descubre de qué manera puedes evitar entrar al círculo vicioso de las agresiones autoimpuestas
Debido a la emergencia sanitaria, la directora de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa F. Etienne, refirió que «La pandemia de COVID-19 ha provocado una crisis de salud mental en nuestra región [las Américas] a una escala nunca antes vista». En casos así, muchos llegan a despreciarse o autocastigarse. Y se dicen a sí mismos que no son capaces de manejar sus vidas, construir sus carreras, sustentar sus familias o ser felices.
De acuerdo con la neuro psicóloga Joselene Alvim, la autoagresión es una manera disfuncional de «resolver» los problemas. «Estas personas no encuentran formas más saludables para solucionarlos y presentan pocas estrategias para enfrentarlos. Investigaciones sugieren que el acto de autoagresión demuestra afectación en la toma de decisiones y en el control de los impulsos, que son habilidades cognitivas responsables del planeamiento y ejecución de las tareas», explica. Castigo físico En muchos casos, el autocastigo se vuelve físico. «La autoflagelación sería una forma de gritar, de hablar de este dolor por medio de la automutilación. Algunos relatan que provocar el dolor físico es una manera de reducir significativamente el dolor psíquico, en una especie de intercambio, en el que la primera sería más tolerable que la segunda. No obstante, el alivio es momentáneo y, cuando el malestar resurge, la persona vuelve a autoagredirse, haciendo el ciclo vicioso», dijo Joselene. Según ella, la baja autoestima agrava ese comportamiento, pero no es el factor que desencadena la autoagresión. «Las causas varían, pueden ser desde la dificultad de expresar el sufrimiento emocional, derivadas de situaciones de ansiedad o depresión, bullying, angustia, sensación de culpa, tristeza, enojo consigo mismo o de otros, hasta deseos inconscientes de morir», advierte la especialista. Autocastigo en las mujeres La prevalencia del autocastigo es mayor entre adolescentes y mujeres: «La mayoría de los casos sucede en la adolescencia y 10 % de ellos continúan en la fase adulta. También hay casos de autoagresión en la infancia. Personas con trastorno borderline, trastorno bipolar, trastorno depresivo más grave y las que usan drogas son susceptibles a automutilarse. Pero la automutilación en adultos es inusual», aclara. Partes del cuerpo que puedan ser cubiertas con ropa, como el vientre, las piernas y los brazos, son los blancos principales de esas agresiones. «Pueden ser rasguños con las uñas, inicialmente leves, o quemaduras con puntas de cigarro, pasando a métodos más intensos, como cortes que se hacen con tijeras, cuchillos, agujas u hojas de afeitar. Hay casos más graves como introducir objetos en el organismo», revela Joselene. Ella destaca que la familia necesita estar atenta y desconfiar si hay comportamiento extraño de parte de los adolescentes: «El uso constante de blusas de manga larga o pantalones, aun haciendo calor, es una manera de esconder las heridas. O incluso si se nota alguna herida en el cuerpo sin causa aparente». La salida Joselene evalúa que es necesario encontrar qué está desencadenando la autoagresión para poder combatirla: «Todos nosotros tenemos tristeza y sentimientos de culpa en algunos momentos de la vida, lo cual no significa que nos llevarán a la autoagresión. Es necesario comprender nuestras propias emociones y encontrar maneras positivas de enfrentar los problemas. Así como formas de aliviar la tensión emocional que no sea por medio de la autoagresión, como mejorar la autoestima con ayuda del autoconocimiento», afirma. En relación con el tema, el obispo Edir Macedo resalta que el camino a la cura para esa autoagresión está en la entrega a Dios y en la Alianza con Él. «Cuando nacemos de Dios, no existe problema de autoestima, ya que el Espíritu Santo transforma nuestra identidad y nuestro valor. Por eso, no estamos en aquella oscilación, un momento estamos bien, un momento estamos mal. No nos lastiman por la forma en que nos tratan. Si somos honrados decimos “amén”, si somos despreciados, también decimos “amén”, porque nuestro valor no proviene de lo que otros hacen o piensan respecto a nosotros», explica. El obispo afirma que ser Hijo de Dios nos hace encontrar una posición segura e inquebrantable que también proporciona una satisfacción interna sin igual: «Es necesario alcanzar la madurez para no delegarle a nadie el poder de hacernos sentir bien o mal. Ninguna persona tiene la obligación de elevar mi autoestima: ni el cónyuge, ni el pastor, ni el amigo o la amiga o el patrón. Cada uno debe tener en su interior la noción de valor propio, de manera que no importa lo que nos hagan o dejen de hacer para que sigamos siendo quienes somos», concluyó. (*) La asistencia espiritual no sustituye los cuidados médicos. Será el tipo de trastorno, su origen y el modo de ser de la persona los que configurarán la manera de orientar, en cada caso.
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