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La distinción que hace la diferencia

Desde el inicio de la creación, Dios siempre quiso habitar con el ser humano. En el jardín del Edén, Él paseaba con Adán y Eva, cercándolos de armonía y paz. Sin embargo, ellos dejaron de servir al Altísimo para servirse a sí mismos, instalando el caos en el planeta.

Aun así, el Creador no desistió del plan de habitar con su creación. Al liberar a los hijos de Israel de Egipto, Dios le ordenó a Moisés que construyera un Tabernáculo en el desierto. De esta manera, Él podría estar junto al ser humano. Muchos años pasaron hasta que el rey David deseó construirle un templo a Dios. Ya no sería una tienda, a ejemplo del Tabernáculo, sino un lugar permanente. El Altísimo Se agradó del deseo de Su siervo y especificó cada detalle de la magnífica obra que sería ejecutada, no por David, sino por su hijo, el rey Salomón. El lugar, una vez más, sería la prueba del mayor deseo de Dios: habitar con Su pueblo. Allí, Él declaró: “Ahora Mis ojos estarán abiertos y Mis oídos atentos a la oración que se haga en este lugar, pues ahora he escogido y consagrado esta casa para que Mi nombre esté allí para siempre, y Mis ojos y Mi corazón estarán allí todos los días.” 2 Crónicas 7:15-16

No obstante, el pueblo se mantuvo lejos de Él, sirviendo a sus propios deseos y cosechando el resultado de sus malas decisiones.

Cientos de años pasaron, y, actualmente, Dios ya no quiere habitar junto al ser humano, sino dentro de él. En esto puede verse la diferencia entre los dos tipos de personas que existen en el mundo: las que sirven a Dios y las que se sirven a sí mismas. El propio Altísimo quiere revelar esta distinción cuando dice: “Entonces volveréis a distinguir entre el justo y el impío, entre el que sirve a Dios y el que no Le sirve.” Malaquías 3:18

Esta diferencia no es entre el que concurre y el que no concurre a la iglesia o entre el que tiene o no tiene una religión. La diferencia es entre el que sirve y el que no Le sirve. Y solo es posible servirlo cuando esa persona recibe al único capaz de generar un nuevo corazón y una nueva mente aptos para obedecer la voluntad del Altísimo: al Espíritu Santo.

La belleza que se ve en el Templo de Salomón, que el propio Dios diseñó, es la misma que Él diseña en la vida de los que se entregan 100 % en Su Altar. El que recibe al Espíritu Santo pasa a tener una vida diferente, ya que se vuelve el propio Templo del Dios Creador en esta Tierra.


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