Dos moradas
No podemos creer en un Dios que solo está en un «alto y sublime lugar» y, por lo tanto, distante de nosotros. Pero sí creer en el Dios que, aunque sí habita en las alturas, también está aquí, con los quebrantados y abatidos de espíritu, como Él dijo:
«Porque así dice el Alto y Sublime que vive para siempre, cuyo nombre es Santo: Habito en lo alto y santo, y también con el contrito y humilde de espíritu, para vivificar el espíritu de los humildes y para vivificar el corazón de los contritos.» (Isaías 57:15).
Por lo tanto, al mismo tiempo, el Altísimo habita en Su santo templo, pero también en el corazón humano de quien Lo recibe.
¡Cuán diferentes son esas dos moradas! Mientras una es bonita, tranquila, espaciosa y santa, la otra es pequeña, agitada, ni siempre bonita ni siempre agradable para estar ahí.
Una que otra vez encontramos alguna fealdad escondida en nuestro corazón, ¿no es así?
Sin embargo, aún con ese contraste, Dios eligió habitar en esas dos moradas. Solo así, Él une el cielo a la tierra y el corazón humano a su Creador.
Por eso, ¡no piense que al Todopoderoso no le importan sus problemas o los pequeños asuntos de su vida! ¡Es exactamente lo contrario! Su mayor ocupación, revelada en las Escrituras, es cuidarnos.
Prueba de eso es que el Santo descendió en carne y hueso, por medio del Señor Jesús. La encarnación del Verbo significó que, el más elevado, exaltado y eminente Señor se compadeció de los más indignos, pobres y miserables seres del universo.
Por lo tanto, quien hoy se siente quebrado, pequeño, pisado por el sufrimiento, aplastado por la culpa y preso por el pecado, se encuentra en el momento más propicio de unirse en espíritu con Dios y se volverse UNO con Él.
¡No sea loco como para perderse de este privilegio extraordinario!
Por: Núbia Siqueira
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